Las “huellas” de Dios
Si ves pisadas en la arena, sabes que alguien ha pasado por allí. Si ves una casa, sabes que no se ha hecho sola. Del mismo modo, en todas las cosas se descubren las huellas del ser que las ha creado. A ese ser le llamamos Dios.

El hombre puede intentar conocer a Dios.
Para eso dispone de dos medios: su inteligencia, y las huellas que Dios ha dejado en el mundo, la creación. Por eso, todos los hombres, de todos los tiempos, han creído en un Ser superior que estaba en el origen de todo, que lo había creado todo. Un Ser superior que no estaba lejos del hombre; que actuaba en su vida enviando la lluvia, haciendo crecer las cosechas, haciendo favorable la caza, pero también enviando tormentas, enfermedades y muerte. Por eso, había que hacérselo propicio de algún modo.
Así nacieron, todas las filosofías y religiones del mundo, y todos los cultos: las ceremonias, las ofrendas, los sacrificios con los que los hombres intentaban atraerse las bendiciones de ese Ser.
La forma más universal de conocer a Dios es esa: su Creación y la inteligencia del hombre. Así le han descubierto los pueblos a lo largo de los siglos. Pero todos los pueblos, no.
Dios además se dio a conocer al hombre
Existe en la tierra un pueblo privilegiado. Ese pueblo desciende de un hombre que vivió hace muchos años.
Porque, en un momento dado de la historia, hace unos 4.000 años, ese Ser, al que llamamos Dios, decidió darse a conocer personalmente, revelarse a ese hombre concreto. Ese hombre al que Dios habló era caldeo, de Ur, ciudad que estaba situada junto al río Éufrates, en el actual Irak.
Ese hombre se llamaba Abraham. Sus descendientes forman hoy el pueblo judío o israelita, al que Dios siguió hablando y manifestándose durante siglos.
Toda esa actuación de Dios en la historia del pueblo judío, está recogida en un conjunto de libros, que llamamos Biblia.
Ahora, pues, nosotros podemos conocer a Dios por los tres medios que Él nos ha dado: nuestra inteligencia, su Creación y la Biblia. Y, si abres la Biblia lo primero que vas a leer es:
En el principio Dios creó el cielo y la tierra. (Gn 1,1)
Si lo creó Él, debe ser suyo. El universo entero ha surgido de la voluntad creadora de Dios.
La teoría del Big Bang es totalmente compatible con la existencia de Dios
Si esto es así, ¿qué hay del Big Bang?, puedes preguntarte. Leemos las interesantes reflexiones de Hans Küng, teólogo suizo del siglo XX:
“El modelo sobre el origen del mundo basado en la teoría del Big Bang, se ha visto confirmado muy recientemente de manera espectacular. Según esa teoría, el Big Bang tuvo lugar hace mucho tiempo, pero tiempo finito. El mundo tendría, pues, un comienzo, una edad determinada: unos 15.000 millones de años.
En este contexto, tiene que dar que pensar el hecho de que la física atómica y la astrofísica aún no hayan resuelto o quizá no puedan resolver enigmas bien elementales de los orígenes: ¿por qué comienza el cosmos no con un caos sino con un estado de asombroso orden?, ¿por qué vienen dadas ya desde la explosión inicial, a la que debemos energía y materia, pero también espacio y tiempo, todas las constantes de la naturaleza (por ejemplo la velocidad de la luz) y determinadas leyes de la naturaleza?, ¿por qué el cosmos no pasa ya al principio, conforme a la ley física de la entropía, de un estado de relativo orden al caos?
En lugar de ponerse de malhumor por no poder explicar el instante preciso de la creación (la primera billonésima de segundo, por así decir), los cosmólogos deberían afrontar, con toda racionalidad, la siguiente pregunta: ¿Qué había «antes» del Big Bang? Más exactamente: ¿Cuál fue la condición que hizo posible el Big Bang?
Aquí, evidentemente, la pregunta cosmológica se convierte en pregunta teológica, situada más allá de los límites de la razón pura, pasando a ser, también para el cosmólogo, la pregunta decisiva. Por eso, volvemos a plantear la pregunta, que ahora puede tener una respuesta constructiva: ¿Se puede creer en un Dios creador en la era de la cosmología? Voy a resumir mi respuesta en pocas frases:
l. La fe en Dios es compatible con distintos modelos de universo. La ciencia experimental nunca podrá llegar a la primera causa, la causa de las causas.
2. Sin embargo, la pregunta ¿qué había antes de la explosión inicial? sigue siendo la pregunta fundamental de la filosofía. El científico, que carece de competencia más allá del horizonte de la experiencia, no puede responder a ella. “Todo lo que no es experimentable no existe”. ¿Quién puede experimentar la veracidad de esa afirmación?
3. Los relatos bíblicos sobre la creación no informan sobre los orígenes del universo en el sentido moderno, científico. Pero, eso sí, dan un testimonio de fe sobre su origen último, que las ciencias de la naturaleza no pueden ni confirmar ni negar. Y ese testimonio dice: en el inicio del mundo no hay azar ni arbitrariedad, sino Dios mismo.
La ciencia puede investigar lo que quiera y cuanto más investigue mejor. Pero no podrá llegar nunca al principio de los principios, donde los creyentes creemos en Dios. Y éste es el mensaje de la primera página de la Biblia:
El Dios bueno es el origen de todo lo que existe.
Creer en el creador del mundo significa aceptar, con razonada confianza, que el mundo y el hombre no quedan sin explicar, que el mundo y el hombre no han sido arrojados absurdamente de la nada a la nada, sino que, en su totalidad, están llenos de sentido y de valor, que no son solamente caos sino cosmos: porque tienen en Dios -su creador- una primera y última seguridad”. [1]
Dios es el origen de todo lo que existe
Si después de tan interesante explicación abrimos la Biblia, encontraremos multitud de textos como éstos:
Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento pregona las obras de sus manos. (Sal 19).
Si el firmamento pregona las obras de Dios, debemos investigar más para aprender a leer ese pregón. “El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir.”, decía Albert Einstein.
Toda casa es construida por alguien, pero es Dios el que ha hecho todas las cosas. (Heb 3,4).
Una casa no se hace sola, por casualidad. El Universo tampoco. Es mucho más absurdo pensar que las cosas se han hecho solas, por casualidad, que creer que las ha iniciado un ser inteligente, al que llamamos Dios.
Y si Dios está en el origen de todo, eso quiere decir que también te ha creado a ti.
Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó. (Gn 1,27)
Vamos a repetirnos varias veces: ¡Dios ha querido que yo existiera! ¡Dios me ha creado a mí! Dios me ha creado porque me ama y sé que me ama, porque me ha creado.
Pero, ¿no han sido mis padres?, puedes preguntarte.
Sí, tus padres con sus genes y sus células han generado un cuerpo similar al suyo y muy parecido, pero, ¿quién ha generado a tus padres, y a los padres de tus padres? ¿Quién te ha dado tu “Yo” individual?
[1] Küng, H.: Credo, I, 4, 22. Ed. Trotta
Imagen “Huellas sobre la arena” de FlickrCC