Dios te ha creado para que vivas siempre

Nuestra vida empezó un día y ya no va a acabar nunca, porque Dios no cambia de parecer y nos ha regalado la vida para siempre.
¿Y la muerte? Algunos no creen que haya nada tras la muerte; creen que ahí se acaba todo, el sufrir y el gozar. Pero eso no es así. Nuestra vida no se reduce a los pocos o muchos años que vivimos aquí, sobre esta tierra. Si fuera así, tendría sentido estar angustiados, porque a lo largo de esta vida, más pronto o más tarde, tendremos momentos de sufrimiento, y nadie, por mucho que lo intente, consigue ser plenamente feliz.

Nuestra vida tiene varias fases

Nuestra vida tiene varias fases, como la vida de los gusanos de seda. En una primera fase, vivimos en un mundo pequeño, sin ver y casi sin movernos: el seno de nuestra madre. Allí estamos calientes, cómodos y bien alimentados, en un medio líquido, sin esfuerzo ninguno por nuestra parte, y sin usar algunas de las facultades que tendremos más tarde. En el seno de nuestra madre no andamos ni hacemos ejercicio, no usamos los pulmones ni los sentidos más importantes. No tenemos conciencia tampoco entonces de que existe otro mundo muy diferente al nuestro, ni tenemos conciencia de que hay personas que saben de nuestra existencia, aunque nosotros no sepamos nada de la suya, que nos esperan y nos cuidan y alimentan. Y, si nos diéramos cuenta, no querríamos nacer, porque es ir hacia lo desconocido, aunque sea maravilloso.
Hay una bonita parábola que habla de eso. Dice así:
“Sucedió que en un seno fueron concebidos mellizos. Pasaron las semanas y crecieron. A medida que fueron tomando conciencia, su alegría rebosaba.
—Dime: ¿no es increíble que vivamos? ¿No es maravilloso estar aquí?
Pronto empezaron a descubrir su mundo. Cuando encontraron el cordón que les unía a su madre, exclamaron llenos de gozo:
—¡Tanto nos ama nuestra madre que comparte su vida con nosotros!
Pasaron las semanas, luego los meses. De repente se dieron cuenta de cuánto habían cambiado.
—¿Qué significará esto? —preguntó uno.
—Esto significa —respondió el otro—, que pronto no cabremos aquí dentro; no podremos quedarnos aquí: naceremos.
—Yo no quiero verme fuera de aquí —objetó el primero—, yo quiero quedarme siempre aquí.
—No tenemos otra salida —dijo su hermano—, acaso haya otra vida después del nacimiento.
—¿Cómo puede ser? —repuso el primero con energía—, sin el cordón de la vida no es posible vivir. Además, otros antes de nosotros han abandonado el seno materno y ninguno ha vuelto a decirnos que hay otra vida. No, con el nacimiento se acaba todo. Es el final.
El otro quedó hondamente preocupado. Dijo:
—Si todo se acaba con el nacimiento, ¿qué sentido tiene esta vida aquí? No tiene ningún sentido. A lo mejor resulta que ni existe una madre como siempre hemos creído.
—Sí que debe existir —protestaba el primero.
—¿Has visto alguna vez a nuestra madre? —preguntó el otro—. A lo mejor sólo nos la hemos imaginado.
Así, entre dudas y preguntas, sumidos en profunda angustia, transcurrieron los últimos días de los dos hermanos en el seno materno. Por fin llegó el momento del nacimiento. Cuando los mellizos dejaron su mundo, abrieron los ojos y lanzaron un grito. Lo que vieron superó sus más atrevidos sueños”. [1]

Eso que vieron los mellizos es nuestro mundo conocido. El mundo en el que, de momento, nos encontramos nosotros, es la segunda fase de nuestra vida.

Después de nacer vivimos, durante mucho más tiempo, en este otro mundo extraordinario de color, pero lleno también de sufrimientos. Entramos aquí llorando y hubiéramos sufrido un tremendo trauma, si llegamos a darnos cuenta de que íbamos a nacer. Este mundo una vez conocido es mejor que el otro, es hermoso contemplar la naturaleza, el sol, el mar, las montañas, las flores, los pájaros, las demás personas, oír tantos sonidos agradables, la música, experimentar tantas emociones. Tenemos sentidos y podemos captar la belleza y somos capaces de amar.
Pero este mundo tampoco es definitivo, hay un nuevo nacimiento, lo que llamamos muerte.

 

 

Así como en la primera fase de nuestra vida lo fundamental era que se desarrollara nuestro cuerpo, ahora debemos desarrollar el espíritu, por eso somos conscientes e inteligentes y podemos decidir entre el bien, el amor y la belleza, o el mal, el egoísmo y el odio. Esta fase de nuestra vida se acaba también y da lugar a otra que la fe nos dice que es la definitiva.

Finalmente con la muerte, salimos de este gran seno redondo de la tierra y nacemos a la vida definitiva. Esa nueva fase de nuestra vida es lo que llamamos Cielo, si hemos hecho el bien, o infierno si hemos frustrado nuestra vida aquí. La muerte no es más que el momento traumático del paso de una fase a otra. Y como en la segunda fase, también en esta, nos están esperando personas que nos aman.

[1]  Henry J. M. Nouwen. Parábola de los gemelos