
Pero, a pesar de todo, Dios te ama. Dios está actuando desde siempre en tu vida, aunque quizá nunca te hayas dado cuenta. Y Dios te ama aunque eres pecador y desagradecido.
Con amor eterno te he amado. (Jer 31,3)
Porque mucho vales a mis ojos, eres precioso y yo te amo. (Is 43,3)
¿Cómo sabes que Dios te ama?
Es muy sencillo: ¿Has pensado en todo lo que eres y lo que tienes? ¿Qué has pagado por ello? ¿Qué has pagado por existir, y por tener sentidos e inteligencia? ¿Qué has pagado por las circunstancias positivas de tu vida? ¿Lo has pensado alguna vez o crees que tienes derecho a todo sin que te cueste nada?
No pases de largo. Piensa estas preguntas y respóndete.
Además espero que no identifiques amor con placer y dolor con odio. El placer y el dolor son situaciones, impresiones, gratas o desagradables, momentáneas, a lo largo de nuestra vida.
El amor es algo mucho más profundo, es una satisfacción mucho más intensa, duradera y alegre, que puede convivir con cualquier sentimiento de dolor. Es más: “no sabe de amores quien no sabe de dolores”, dijo ese gran místico castellano, Juan de la Cruz. Porque no sabe amar quien no es capaz de hacer locuras por el amado, cueste lo que cueste. Y eso es lo que Dios ha hecho por nosotros.
Dios está siempre a nuestro lado, amándonos. No lo dudes: Dios está ahora mismo junto a ti, a tu lado, amándote.
¡Sí!, Dios te ama, aunque a veces, cuando las cosas no salen como tú esperas, te cueste creerlo. Nosotros no somos demasiado inteligentes, por eso, con frecuencia, no entendemos el maravilloso plan de Dios.
¿Puede una mujer olvidarse del hijo de sus entrañas? ¡Pues aunque ella se olvidara, yo nunca me olvidaré de ti! (Is 49,15)
Y nos ha prometido darnos todo lo que necesitemos
No hay más que pedirlo. No es necesario comprarlo con mucho dinero, ni hacer grandes esfuerzos y sacrificios, basta con pedirlo. Así de fácil.
Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, y quien busca halla, y al que llama se le abre. (Lc 11,9).
Pues ¿quién de vosotros si su hijo le pide pan, le da una piedra, o, si le pide un pez, le da una serpiente? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide! (Mt 7,9)
Hay una anécdota muy bonita que dice así:
“Yo caminaba por la vida seguro, todo me sonreía porque Tú venías a mi lado. En la arena nuestras pisadas casi se confundían, siempre unas al lado de las otras.
Pero un día todo cambió, mi alegría se transformó en tristeza, pues mi vida se llenó de dolor. Quise pedirte ayuda y entonces me di cuenta con horror de que ya no estabas a mi lado. Tus pisadas no estaban ya junto a las mías en el camino. Y me sentí angustiado y te grité:
—¿Por qué te has ido ahora que es cuando más te necesito?
—¿Irme? —me respondiste—, ¿irme ahora que sufres? Las pisadas que ves no son las tuyas, son sólo las mías, porque ahora Yo te llevo en brazos”. [1]
Y además, Dios nos ha prometido la felicidad completa en la Vida eterna.
[1] Salésman, E.: Dos minutos para Dios, Ed. Apostolado bíblico católico