
Como Dios es amor, no puede dejar de amar a cada una de sus criaturas. Por eso, Dios actúa en la historia de cada persona para hacerla feliz. Toda tu vida, aún lo que no entiendes, es una vida de amor de Dios por ti, porque Dios está siempre a nuestro lado, amándonos.
Dios está ahora a tu lado, amándote.
Las leyes del buen funcionamiento
Dios quiere que seas feliz siempre, ahora y para siempre. Por eso, al crearte, ha puesto en tu naturaleza las leyes del buen funcionamiento. En la naturaleza todo funciona según unas leyes físicas, que se cumplen inexorablemente. El hombre, que es criatura con cuerpo, psique y espíritu, tiene también sus leyes de buen funcionamiento, como todo en la naturaleza.
Pero como el hombre es libre, algunas de estas leyes puede cumplirlas o no. Las leyes que afectan al cuerpo del hombre son físicas y psíquicas. Y las que afectan a su espíritu las conocemos como leyes morales.
Estas leyes, impuestas por Dios, no son algo arbitrario, son las normas del buen funcionamiento del cuerpo, y de la felicidad del espíritu. El que construye un aparato cualquiera es el que sabe cómo hacerlo funcionar bien; si alguien pretende hacerlo funcionar de otra forma, lo más normal será que lo estropee. Eso mismo ocurre con el hombre.
Lo que pasa es que, así como si no cumplimos las leyes físicas, lo pagamos porque la naturaleza no perdona nunca, con las morales no lo notamos tanto y creemos poder saltárnoslas sin que pase nada importante. Si una persona pretende volar y se tira de un sexto piso, lo pagará con la muerte, porque las leyes físicas se cumplen inexorablemente; si abusa del alcohol, se estropeará el hígado; y así con todo lo demás. Pero con las leyes morales, de momento, no se nota tanto, porque sus efectos son a más largo plazo.
Hay, incluso, quien dice que no existen las leyes del espíritu, las morales; que el hombre es libre, dueño de su propia felicidad y puede actuar como quiera.
Es evidente que no es así, y cualquiera que tenga sentido común y no pretenda engañarse a sí mismo, lo comprobará fácilmente. ¿Has sentido alguna vez remordimientos por algo, has tenido sentimientos de culpa? Sí, seguro que sí, si no eres un psicópata. Y, entonces, ¿cómo es posible sentirte culpable, si no hubiera ninguna ley que te informara de que te la has saltado y has actuado mal?
Esas leyes existen y las tenemos en nuestro corazón. Lo que pasa es que además en la Biblia las tenemos escritas, para conocerlas con más facilidad. Y eso es lo que llamamos mandamientos, que se pueden resumir así: honra a Dios, porque te lo ha dado todo; y no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti.
Pero en la Biblia están expresadas de forma más bonita:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo.
¿Qué te parece? Bonito, ¿no? A no ser que seas muy egoísta o muy desagradecido. Si eres una buena persona, ese mandato te gustará de seguro, porque además, seguirlo nos hace felices.
¿Qué es lo que te pide el Señor, tu Dios? Que guardes sus mandamientos y sus leyes para que seas feliz
Seguid en todo el camino que os ha mandado el Señor, vuestro Dios; de esta manera viviréis y seréis felices y serán largos vuestros días en la tierra. (Dt 5,33)
¿Qué es lo que te pide el Señor, tu Dios? Que guardes sus mandamientos y sus leyes para que seas feliz. (Dt 10,12)
El hombre puede saltarse esas normas morales y, de hecho, se las salta muchas veces. Eso es lo que llamamos pecado. Dios les prohibió a los hombres pecar, no porque el pecado le perjudique a Él en algo, cosa imposible pues el hombre no puede perjudicar a Dios, sino porque nos quiere y quiere que seamos felices. Es como las infracciones de la circulación que no perjudican al que ha hecho la ley, sino al que la incumple.
¿Qué desea Dios para ti? Lo mejor. Y sólo Él sabe qué es lo mejor para ti.
«Una historia china habla de un labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó. Cuando los vecinos del labrador se acercaron a él para lamentar su desgracia, él les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Una semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte. Éste les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”.
Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”.
Unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota, lo dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe! Todo lo que a primera vista parece un contratiempo puede ser un disfraz del bien; y lo que parece bueno a primera vista puede ser realmente dañoso. Así pues, será postura sabia que dejemos a Dios decidir lo que es buena suerte y mala, y le agradezcamos que todas las cosas “se conviertan en bien para los que le aman” (Rm 8,28)». [1]
[1] De Mello, A.: Sadhana, un camino de oración. Ed. Sal Terrae
Imagen “Gotas de lluvia” de FlickrCC, autor Juan Pablo González