El hombre estaba, pues, en un callejón sin salida, perdido, sin poder saltar ese foso ni encontrar la puerta de la felicidad. Condenado a pagar por sus maldades, por su vida egoístamente desperdiciada.
Por cuanto todos pecaron, y todos están privados de la gloria de Dios. (Rm 3,23).
Pero Dios, que nos ama, ha construido el puente que necesitábamos. Dios ha hecho la mayor de las locuras. Se ha hecho hombre: Jesucristo.
Jesucristo es el puente para poder cruzar el abismo y llegar al paraíso

Jesucristo es el puente, el Salvador, que nos permite, si queremos, alcanzar la Vida eterna. Dios se ha hecho hombre para pagar Él, nuestras maldades en lugar nuestro y transformar nuestro corazón egoísta en un corazón que sepa amar. Ahora nosotros ya no tenemos que pagar nada; sólo tenemos que agradecerlo y decidirnos a andar por ese Puente, para poder cruzar el abismo y llegar al paraíso.
Jesús ofreció su vida por ti y por mí
Te cuento una historia real: Estamos en el campo de concentración de Auschwitz, controlado por los nazis alemanes. Es una mañana de fines de julio de 1941, durante la Segunda Guerra Mundial. El bloque 14 había salido para la cosecha de unas parcelas de trigo. Aprovechando algún descuido de los guardias, un preso se fugó. Por la tarde, al pasar lista, se descubrió el hecho. El terror congeló los corazones de aquellos prisioneros. Todos sabían la terrible amenaza del jefe: “Por cada evadido, 10 de sus compañeros de trabajo, escogidos al azar, serían condenados a morir de hambre y sed en el búnker o sótano de la muerte”.
Al día siguiente, a las 18 horas, Fritsch, el comandante del campo, se plantó de brazos cruzados ante sus víctimas. Un silencio de tumba se cierne sobre la inmensa explanada, atestada de presos sucios y macilentos. “El fugitivo no ha sido hallado… Diez de ustedes serán condenados al búnker de la muerte… La próxima vez serán veinte”.
Con total desprecio a la vida humana, los condenados son escogidos al azar. ¡Este!… ¡Aquel!… grita el comandante. El ayudante Palitsch marca los números de los condenados en su agenda. Aterrorizado, cada condenado sale de las filas, sabiendo que es el final. “¡Adiós, adiós, mi pobre esposa!.. ¡Adiós, mis hijitos, hijitos huérfanos!” dice sollozando el sargento Francisco Gajownieczek. De improviso ocurre lo que nadie podía imaginarse. He aquí los testimonios de los que estaban presentes: “Después de la selección de los diez presos -atestigua el Dr. Niceto F. Wlodarski-, el Padre Maximiliano salió de las filas y quitándose la gorra, se puso en actitud de firme ante el comandante. Este, sorprendido, dirigiéndose al Padre, dijo: ¿Qué quiere este cerdo polaco?.
El Padre Maximiliano, apuntando la mano hacia F. Gajownieczek, ya seleccionado para la muerte, contestó:
—Soy sacerdote católico polaco; soy anciano; quiero tomar su lugar, porque él tiene esposa e hijos…
El comandante, maravillado, pareció no hallar fuerza de hablar. Después de un momento, con un gesto de la mano, pronunciando la palabra ¡Raus! ¡Fuera!…, ordeno a Gajowniczek que regresara a su fila. El Padre Maximiliano María Kolbe tomó su lugar”.
Impresionante, ¿no? Pues tú eres ese condenado a muerte sin remisión. Pero Jesús decidió morir en tu lugar y en el mío, de una muerte terrible; para borrar todas nuestras maldades y pecados.
Dios no nos ha destinado al castigo, sino a la adquisición de la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros. (1Tes 5,9)
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él, no se pierda, sino que tenga Vida eterna. (Jn 3,16)
Fotografía de puente de Á. M. Felicísimo en foter.com