El hombre, el ser humano, es un misterio; funciona mal.
No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero: eso es lo que hago. (Rom 7,19)
Esta que es la experiencia de san Pablo, es también la nuestra muchas veces. Eso nos impide ser justos y vivir en un mundo justo. Cuántas guerras, cuántas catástrofes naturales, cuántas enfermedades y deficiencias, cuántos accidentes mortales, de los que sin sentido echamos la culpa a Dios, los han provocado los hombres con su avaricia, con su odio, con sus vicios, con su prepotencia, con su inconsciencia, con su ignorancia…
El hombre funciona mal, tú funcionas mal, por eso vivimos en un mundo injusto, porque los hombres somos injustos; por eso vivimos en un mundo egoísta, sin amor, porque los hombres somos egoístas, no sabemos amar, sólo procuramos amarnos a nosotros mismos. La sociedad funciona mal, es una suma de egoísmos puestos uno al lado del otro, de ahí el desamor y la soledad, aunque seamos muchos.
De eso la culpa la tenemos nosotros, porque no queremos ser mejores; pero tampoco podemos, no nos sentimos con fuerzas.
Así no podremos entrar en el paraíso porque el paraíso es el lugar del amor y nosotros no somos capaces de amar. Por eso se ha dicho que no es Dios quien nos cierra la puerta, nos la cerramos nosotros. Y si no entramos en el paraíso, sólo queda el otro lugar, el lugar donde no existe el amor, el lugar que llamamos infierno.
No podemos saltar solos el enorme foso que nos separa de Dios
El hombre no quiere morir e intenta alcanzar la vida, la salvación, la felicidad; pero sus esfuerzos son vanos porque, después que ha pecado, el enorme foso, el abismo, que lo separa de Dios y del paraíso es infranqueable con sus solas fuerzas.
Porque no podemos saltar ese foso enorme: el foso del egoísmo, del desamor, del odio, de la envidia, del rencor, de la avaricia, de las maldades ya cometidas y que, en buena justicia, deben pagarse….

Pedir a Dios su ayuda es la única solución
Entre nosotros y vosotros hay un gran abismo; de manera que los que quieran atravesar de aquí a vosotros no pueden, ni tampoco pasar de ahí a nosotros. (Lc 16,26)
Imagínate que quisieras saltar un foso así. Y el de la eternidad es mayor. Esto es sólo una pequeña imagen. No es posible; nos hace falta un gran puente, que solos no podemos construir. ¿Qué hacer?
El hombre es un ser que camina hacia la muerte y debe conocer su realidad: ¿quién soy yo?, ¿por qué siento en mí esta atracción hacia la rebeldía que me empuja a pecar?; ¿por qué mi fin ha de ser la desgracia eterna, el odio y el sufrimiento? ¡Yo quiero ser feliz! ¿Qué hacer?
¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? (Mt 16,26).
¿De qué, de qué, de qué? ¿Qué hacer? Pedir ayuda al único que puede dárnosla. Al que nos ha dicho:
Pedid y recibiréis. (Lc 11, 9)
A eso se llama rezar. Y es la única solución. Porque solos no podemos saltar ese foso enorme que nos separa de Dios y del paraíso. ¿Cómo cambiar nuestro corazón egoísta, soberbio, rebelde y a veces rencoroso y perverso, por un corazón capaz de descubrir la belleza del amor, la alegría del bien? Sólo Dios puede hacerlo, si se lo pedimos.
Fotografías de foter.com. Cañón: Jose Javier Martin Espartosa. Puente: Á. M. Felicísimo